AUTONOMÍA CULTURAL
Un
curador es la persona que se nombra para cuidar de los bienes o negocios de
quien no está capacitado para hacerlo. En términos artísticos se deriva de otra acepción que hace referencia a aquellos que curan lienzos, pescado, carne, etc. . En el caso que nos ocupa se aplica en doble sentido; Guayaquil no está capacitada para manejar sus procesos culturales y para revestir con un
manto de autoridad y misterio o aire intelectual a las inefables “consultorías“, para facturar con grosor determinados proyectos.
Parece ser este el caso que hace relación a
las muestras que estarán exhibidas al público en el Museo Antropológico y de
Arte Contemporáneo levantado en el Malecón 2.000. Es al parecer el caso del
trabajo denominado “Presupuestos curatoriales que fundamentan la muestra Umbrales del arte en el Ecuador”, elaborado por la cubana Lupe Álvarez Pomares
y Maria Fernanda Cartagena Proaño,
residentes ambas en la ciudad Capital y ocasionalmente de paso por esta ciudad.
Las
circunstancias y el maldito destino quiso que esta majestuosa obra, la del
Museo me refiero, sea levantada por el Banco Central, dando paso una vez mas a
que la entidad, haga honor a su nombre, y se entrometa como “curador“ para
imponer una propuesta que cuando se la intenta comprender no responde
plenamente al sentir o el querer de la ciudad. Considero que la decisión de
aceptar o no la propuesta curatorial elaborada
por el Banco Central, debe ser discutida y aprobada por algún ente que
defina que es lo que quiere Guayaquil. Este ente bien podría ser su mismo
Municipio a petición de la misma Fundación 2.000. Y no se trata de que los
concejales o el alcalde conozcan o sean adictos o expertos al arte como para
constituirse en jueces de una opinión o postura académica adoptada por esos
consultores que residiendo en Quito, están imponiendo a esta ciudad criterios
de vanguardia o estrafalarios, acertados o no, pero en todo caso son ajenos a
nuestra conciente voluntad. Se trata de que Malecón 2.000 es una fundación
espiritualmente guayaquileña, es emblemática de nuestra recuperación
urbanística, y no debería, por tanto, permitir que se nos imponga mediante
curadurías criterios sin al menos propiciar un debate y una aceptación expresa
por parte de la gente que represente el querer de la ciudad. El museo
Antropológico y de Arte Contemporáneo será una obra trascendental en el
desarrollo cultural de los guayaquileños. Será “nuestro“ museo, que si bien
debe contener muestras bajo un criterio nacional, no puede excluir la
influencia y el pensar de la ciudad. No
puede abstraerse de tener mantener un hilo histórico guayaquileño que marque o
recalque determinados eventos que influenciaron a la ciudad. Por ejemplo la
vivencia de la revolución liberal de fines de siglo, que marca nuestro destino
y expresa nuestra forma de ser, chocó contra la visión clerical de los
conservadores serranos de la época que terminaron adueñándose de la revolución
de Alfaro, luego de asesinarlo. Y todos estos eventos se marcan en el arte de
la época de una manera diferente en cada ciudad. La propuesta curatorial que se
está imponiendo para organizar “nuestro” museo busca ordenar las muestras bajo
el concepto de lo que ellos denominan “umbrales“ del arte en Ecuador. De esta
manera sombría, como suele ser todo umbral, se ha dado paso a que ellos definan
muy subjetivamente quienes son los artistas y las obras qué van a tener el
honor de estar exhibidas en “nuestro“ museo prescindiendo de un hilo conductor
real y objetivo, cual sería el marco histórico nacional visto y expresado desde
la óptica y vivencias guayaquileñas. Para que usted, amable lector, se de
cuenta que significa aquello de los “umbrales“, copio textualmente su
definición contenida en la propuesta: “Los umbrales representan
interacciones de la práctica artística
con universos más vastos (que la cronológica, evolutiva o
generacional) que se basan en definir caminos de entrada que se abren para
el arte y permiten ver los procesos estéticos en su relativa autonomía y en su
simultaneidad histórica“... “Esta visión permite al espectador apreciar
el arte como un fenómeno involucrado en variables de la mentalidad socio
cultural relacionados con la propia experiencia“¨ ¿Entendieron?..Yo no.
Vayan entonces preparándose para cuando visiten el museo comprendan porqué
quedan excluidos artistas como Eduardo Solá Franco, Jorge Sweet, Jaime Villa,
Yela Lofredo, Bolívar Peñafiel, Félix Araúz, Manuel Velástegui, Robin
Echanique José Cauja, entre otros, que
han interactuado en esta ciudad y han sido parte de nuestra cotidianidad. Vayan
preparándose entender las explicaciones que justifiquen la presencia de obras
de artistas como Paula Barragán, Ana Fernández o José Avilés, todos de Quito y
que han sido elevados a la categoría de museables, mientras se ha excluido
a otros por considerar que no han trazado ningún “umbral”. Vayan a entender porqué artistas que
esculpieron nuestro cementerio quedan olvidados y ausentes de “nuestro” museo.
Vayan ustedes finalmente a entender como nos pueden someter culturalmente con
tanta habilidad.
Detrás
de este enredo está un personaje hábil, un arquitecto. Freddy Olmedo Ron,
capitalino incrustado en esta ciudad dentro del Banco Central, que debido a su
experiencia en el arte de envolverse institucionalmente en la centralidad, le
dio la vuelta al proyecto que se inició con Mariella García Caputti,
guayaquileña ella, quien cuando Directora Regional de Cultura del Banco Central
en Guayaquil, pidió a la profesora cubana Lupe
Álvarez Pomares su colaboración para la elaboración de los guiones.
Cuando Freddy Olmedo se adueño del
proyecto usando su mimetismo político al
interior de una entidad tan capitalina como lo es el Banco Central (Banco del
Ecuador debería llamarse), la licenciada caribeña escogió como asistente
curatorial a Maria Fernanda Cartagena, quiteña como es de suponer y residente
en su ciudad natal. Este equipo, dos residentes en Quito y un quiteño como
caballo de Troya en Guayaquil, emprendieron una labor distinta a la que
Mariella García había inicialmente encargado y concebido. Y así llegamos al
tema de los umbrales, destinado a poner de lado a lo guayaquileño en el museo
construido en nuestro emblemático Malecón 2.000. Otro acto de conquista
centralista imponiendo criterios e intentando culturizar a los paseantes
guayaquileños. Y a decir de los entendidos y entender del arquitecto Olmedo el
museo no está diseñado como valor patrimonial, ni educativo y que ni siquiera
debe ser para que la gente lo visite sino para que los ”creadores hagan
experimentación“. Observen la arrogancia, la habilidad y el desdén.
- Pido al alcalde Jaime Nebot que se entremeta en este asunto. El Consejo Municipal bien puede nombrar una comisión especializada para que defina los criterios, recupere la cordura y logre que esta importante obra se conecte con la ciudad que tiene el orgullo y mérito propio de acoger a tan notable museo. Si hacemos autonomía al andar, aquí hay algunos pasos que dar. Si en algo no podemos ceder es en nuestra autonomía cultural y nuestra capacidad para definir criterios acordes con lo simple, y con la naturaleza primaria de nuestra idiosincrasia. Cualquier museo tiene una función simple y básica: acoger a colegiales, turistas neófitos, caminantes y paseantes que sin decirlo, no quieren sentirse ignorantes ni manipulados a causa de aquellos sabios que se ubican en las alturas del conocimiento para justificar su inútil importancia.
El
concepto de un museo, en Guayaquil, es y debe ser simple. Malecón 2.000 está
diseñado para el ciudadano común y no es
una obra de lujo diseñada para placer y recreación de las elites económicas o
sociales de la ciudad. Por tanto el museo Antropológico y de Arte Contemporáneo
que se ha levantado dentro de esta importante obra urbana, no debe quedar
reservada para las elites intelectuales que se han adueñado del proyecto
pensando que por ser financiados por el Banco Central, Guayaquil no tiene que
pensar ni pesar en la toma de tan importante decisión. Nuestra autonomía
cultural debe quedar reflejada en el nuevo museo. Debemos evitar que esta obra
se constituya en el instrumento para imponer la pedantería y arrogancia
intelectual a la que se ha habituado la centralidad.