Jaime;
Soy
un guayaquileño ya fatigado de tanto serlo. Más que cansado, soy un
guayaquileño ya sin sueños. Cuarenta y cinco años radicado en este gran poblado
y luchando con la pluma por y para soñar, porque si uno no sueña, prácticamente
ha muerto. He sido activista combativo con la pluma y me entrometí en los
quehaceres cívicos desde todos los ángulos posibles. Desde la Cámara de
Comercio en 1.982 inicié una tarea cívica larga y sostenida. Logré como novato
desesperado que se ubicaran 500 rústicos maceteros al cuidado de cada
comerciante ubicado a lo largo de lo que en ese entonces se llamaba Boulevard 9
de Octubre. Abdalá llego a la alcaldía y los mandó a botar en alguna parte. Ya
los jóvenes no se recuerdan, y de nada sirve traer a tiempo presente la cantidad de
vicisitudes que anduvimos desde la Operación Guayaquil Protesta, que culminó
políticamente con el desfile del yucazo, cuando te fotografiaron dando la señal
del tubérculo a la caravana que la presidía Rodrigo Borja una vez que decidió
por la fuerza pública tomarse la Avenida 9 de Octubre, un 9 de octubre. Me involucré en la Cámara de Industrias donde
tuve la sensación de lo
cívico se confunde con lo gremial, sin darse cuenta que el gremio vive y se
desarrolla en una ciudad.
Fui
uno de los inspiradores y fundadores de la Junta Cívica, cuyo activismo se
derritió al calor de las llamadas Fundaciones y de las simples coyunturas. La mejor gesta que
tuvo la Junta Cívica fue la proclama de Puerto Lucía, cuando nadie se imaginaba
que Santa Elena se iba desmembrar a causa del mismo centralismo que Guayas
proclamaba como enemigo de su propio desarrollo. En esa agenda de hace 20 años
se traza una hoja de ruta que iba desde el puerto de aguas profundas, el dragado del
Guayas, el aeropuerto intercontinental
y el impedir que la zona norte fuese bloqueada por invasiones porque esa era su salida natural
al mar y el espacio de reserva para un desarrollo urbanístico que ya se
deslumbraba iría a Samborondón, donde tu actualmente vives una vez que
abandonaste ese barrio tan cariñoso como bello que es el Barrio Centenario. El
primero en ser regenerado hace 1o años ya. Samborondón
resultó un disparate urbanístico con complicidad de los “miamiquileños” que se
acostumbraron a la arquitectura de la Florida, pero sin la prevención para reservar
espacios como para darse a sí mismos accesos vehiculares. Urbanizaciones tipo
jaula de oro. Burbujas dentro de burbujas. Un “yo” o por encima del “nosotros”.
Un bien común muy pequeñito, diría yo que ha desguayaquileñizado a este otrora Puerto Principal
Propuse
públicamente la candidatura de León para que se lance a la alcaldía. Fui su
concejal durante ochos años. Trabajé silenciosamente y mi trabajo fue construir
ordenanzas simplificadoras bajo el concepto de hacer del Municipio un amigo y
no un laberinto inexpugnable de trámites. Escribí, escribí y escribí porque eso
me place. Renuncié, como concejal, a viáticos y prebendas. Siendo un ejecutivo
empresarial, cosa que me pesa como lastre al hacer el inventario de mi vida, buscaba
soluciones cívicas y poéticas para una ciudad cuyo clima nunca deja de ser
hostil para quienes la habitan. Guayaquil es cálida para el alma y poco importa
que lo sea para el cuerpo. Jaime, se que
a ti no te gustan los plumíferos porque consideras que perdemos el tiempo. Tu
eres de obras; ahí está el aeropuerto, la terminal terrestre, el Registro Civil, la regeneración
urbana, la Metrovía y muchas cosas más. ¿Pero sin plumíferos acaso una ciudad
vive? ¿O quieres un país a lo Correa
lleno de coreógrafos pero sin almas libres para decir cuanto quieran? En las
urnas triunfaran las obras en cemento, los adoquines y los casas de los cerros
pintadas de celeste, verdoso o rosado, pero estas viven, se anhelan, se
inspiran en los poetas que joden con sus letras.
León
nos hizo soñar con un Guayaquil mejor. Tomaste la posta y aportaste con esmero sobresaliente durante los primeros
años. Luego de a poco todo comenzó a sentirse cansina la tarea. La burocracia se
instaló en el Palacio Municipal. Convocaste a marchas desafiantes y ahí
estuvimos con el puño cerrado dando respaldo. Las autonomías al andar se
destornillaron. Había que volver a trasmitir sueños a una generación nueva que
ha caído rendida a los pies de Correa, sin darse cuenta que para él Guayaquil
no cuenta sino como territorio político y electoral. Vive en el avión ambulante del poder total. Él
no tiene porqué ser un urbanista, pero el Alcalde sí tiene que serlo por
intermedio de los mejores directores municipales que puedan contratarse. El
equipo de trabajo actual está desgastado. No aportan con poemas que encandelillen
a los nuevos votantes que posiblemente se sienten ya despojados de la herencia
que yo creía habíamos dejado sembrada en cuando a
eso de soñar y soñar.
Escribo
desde mi ocaso pero escribo porque sueño. Mi Guayaquil ha quedado en los
recuerdos. Una inmensa foto del Malecón 2.000 es mi ventana del ayer, y la veo congelada
desde esta cárcel donde permanezco encerrado en una mole de edificios,
empresariales se llaman, donde la avidez por el dinero lo ha convertido en un
hacinamiento urbano, porque no ha habido funcionario municipal alguno que haga
normas de construcción para obligar los espacios de parqueos suficientes y los
accesos para aliviar la congestión al tránsito que tarde o tendrá se tapona. Desarrollo y modernidad sí. Pero sentido común
también.
Algo
anda mal, estimado Jaime , porque lo que los urbanistas municipales llaman
desarrollo está en manos de unos cuantos constructores y empresarios VIP que se
pelean por ubicar sus centros comerciales uno encima de otro. ¿Y después no
entienden porqué el tráfico se bloquea? Los atascamientos son inevitables en las ciudades
actuales, pero por eso mismo la previsión y las medidas preventivas tienen que
multiplicarse para no llegar a tener que anular pasos a desnivel construidos desde
el tiempo de León. Estamos remendando en la desesperación por encontrar salida
de un salsipuedes construidos por la incapacidad o imposibilidad de planificar la urbe.
Por
ahora no sigo, mi estimado Jaime. Este es un prólogo, aunque para ti debe ser
ya una señal de alarma respecto a lo que sucederá en el próximo mes de febrero
cuando vayamos a las urnas, pero ya sin sueños. Los votantes no viven de ayeres
sino de sueños, y para eso estamos los plumíferos que lastimosamente
desprecias, como todos los que asumen el poder. ¡Es inevitable, al parecer!