Rafael Correa tiene 52 años de edad. Luce vigoroso y fuerte exhibiendo un don de ubicuidad
sobrenatural. Amén de su antiguo problema de la rodilla que
parece haber sido superado, no se conoce de ninguna otra dolencia física, ni
una gripe siquiera, durante los ya 8 y más años de enorme trajín. Ni la
garganta se le inflama de tanto hablar. Se supone que si tiene un médico de
cabecera, cubano o no, que todo gobernante lo tiene por el mismo protocolo de
la seguridad. Pero es lógico suponer que conforme prolongue indefinidamente su
mandato algún día se enfermará o estará impedido de ejercer a plenitud. Cabe,
además, recordar que los dos presidentes que gobernaron Ecuador por más de 10
años, terminaron asesinados. Ocho años como periodo presidencial, bajo la
fórmula actual norteamericana, me parece prudente y adecuado. Todo lo que
sobrepase es exagerado y en mayor número de veces termina mal.
Hugo Chávez ejerció intensamente el poder durante de 14 años, y
fue una gran irresponsabilidad de su parte presentarse a su última reelección a sabiendas de que padecía de
cáncer terminal. Su última reelección fue un acto deshonesto y constituyó un
engaño electoral fríamente organizado.
Fue reelecto 7 de octubre de 2012 y murió,
a los 59 años de edad, apenas seis meses después. John Kennedy murió a los 46 años y está por
demás decir que si no hubiese pretendido ser reelecto, no se hubiese producido
el atentado que le cegó la vida.
Eso en cuanto a la salud física
propiamente dicha, pero hay enfermedades
que no son de fácil diagnostico por sus manifestaciones clínicas que se puedan
demostrar con exámenes de laboratorio y con incluso índices objetivos de
medición. Otras no, entre las cuales las enfermedades emocionales o fallos cerebrales
que impiden un correcto ejercicio del PODER (así con mayúscula). Nadie se atrevió a hacer un examen
psiquiátrico a Abdala Bucaram Ortíz, auto calificado como “el loco que
ama”. Sin embargo fue destituido por
“loco” y creo que tampoco se sabe si usaba estimulantes de algún tipo que hagan
explicables ciertas manifestaciones extrañas o no convencionales que eran
observadas durante su ejercicio de la dignidad y que dieron paso a esa
destitución inusual que rompió la estabilidad política de la que veníamos
gozando.
Tampoco nadie se preocupó de hacer una examen
de salud de Jamil Mahuad, cuyos períodos de depresión lo obligaban a encerrarse
en un jacuzzi y hacer consultas astrales y esotéricas. Sufría de depresiones
profundas durante las cuales se aísla a los Freddy Ehlers, el ministro de la
felicidad. La impuntualidad de Jamil era extrema y había indicios ciertos de
que algo no andaba bien con su salud emocional. Tuvo un incidente vascular que
en cierta manera hacía obligatoria de una revisión médica pública para optar a
la elección. Cuando eso sucedió Jamil tenía apenas 42 años de edad. Un año
después estaba a cargo de la Presidencia y tuvo que afrontar temas tan
complejos como la firma de paz con el Perú, y un desajuste financiero muy
difícil de controlar. Jamil no estaba
apto físicamente para ejercer las
funciones de Presidente de la República en el momento que le tocó, y el país
entero debió pagar las consecuencias. Pensar que Jamil o Abdalá hubiesen tenido
abiertas las puertas para un reelección indefinida estremece.
Hybris es una término griego que se usa clínicamente ya que hace
alusión al vértigo de poder que hace actuar desmesuradamente a quien desarrolla
un exceso de confianza en sí mismo de
manera muy exagerada o prepotente, de tal manera que entra en acciones imprudentes.
El ego se inflama y tiende a pensar que sólo él tiene la razón. Se ha estudiado
bastante, en el tema de la invasión de Irak, si Bush y Blair se auto reforzaron
en su convencimiento de la necesidad de la invasión, más por hybris que por argumentos respecto a que si había o
no armas de destrucción masiva. Esta ficción de que sí las había resultó no ser
importante sino para obtener aprobación política, porque en ningún momento los
dos líderes mundiales había trazado planes sobre que hacer el día después de Saddam
Hussein. Las consecuencias mundiales de esta acción han sido brutales. Al ejercer
el poder las personas tienden a desorientarse y a crear sus realidades alejados
de la prudencia y de las consecuencias que podrían sucederse desarrollando esto
que se llama la enfermedad del poder o hybris. Una razón muy válida y
suficiente como para evitar que constitucionalmente se acepte la reelección
indefinida, sea la de Correa o la de cualquier otro ciudadano.
El síndrome de hybris toma fuerza y peligrosidad conforme se alarga
el período de ejercicio del poder. Estoy seguro que este síndrome causa enormes
estragos también en los empresarios que amasan dinero rápidamente, que se
habitúan a actuar con excesiva confianza en el manejo de sus asuntos, lo cual
afecta muchas veces a todo el país. Hubo y hay empresarios y banqueros con
hybris que sin ser malas personas se atolondraron con su poder y desdibujan y
empañan las bondades del sistema capitalista cuya mejor virtud es liberar las
energías de la creatividad a cambio de una recompensa económica. Pero en esos
casos existe, aunque sea en teoría, el Estado para refrenar los abusos contra
el bien común. En caso de la Presidencia de la República el alargar
indefinidamente su período no hace otra cosa que exponer más los riesgos
respecto a la salud física y la mental (hybris) de quien se siente embelesado
por esa embriaguez que causa el manejo del poder.
Debate de si la reelección indefinida debe o no permitirse no se va a
dar. Hay quienes pensamos que Correa ya dio lo que podía dar, y que, además, es peligrosa dada la naturaleza y las limitaciones
humanas. En mi opinión Correa sufre ya el síndrome de hybris y brota semanalmente a flor de piel. Se
gobierna con audacia y con mucha temeridad y con muestras de un YO sin humildad. Y sin humildad
ni mesura no hay forma de que ninguna aventura termine bien.
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