Henry Raad 7 enero 2008
Hace ocho años exactamente, fuimos a una consulta popular a votar a favor
de un sistema autonómico. Se ganó abrumadoramente en Guayas y en otras cinco
provincias. Nuestro Prefecto no tuvo arrestos ni ideales y abandonó la causa
por otros favores devaluados a nivel de peajes. Nuestra mal llamadas elites se
durmieron en los laureles, Joyce mas con audacia que por nivel académico hablo
de autonomías sin entender realmente el compromiso adquirido y la enrocó con la
dolarización a la que entramos inesperadamente a causa de un incidente cerebral
de un Presidente que se instaló en le yacusi de su propio Titanic. Una
impresionante obra pública municipal causó la admiración de unos y la envidia
de otros. Nuestra Junta Cívica se adormeció en los laureles de sus antepasados.
Los sueños se sembraron en Puerto Lucia, cuando en un foros de dos días,
allá frente al Océano Pacifico con el cual colindábamos como provincia, se
habló del puerto de aguas profundas, de la refinería cercana a la ciudad de
mayor consumo de los productos refinados, del aeropuerto transcontinental, de
la ciudad tecnologica. Ese fue el único y mejor oficio de la Junta Cívica sobre
la cual recaía el desafío y la obligación de manejar las estrategias. Corria
septiembre de 1999.
Las obras municipales despertaron envidias. Ellos se aplicaron. Copiaron
los mecanismos que se implementaron para saltar al centralismo, y se diseñó esa
autonomía al andar, sin otra filosofía que el oportunismo que un líder nos
brindaba. Somos sapos, pensamos, y así como la liebre despreció a la tortuga,
confundimos velocidad con inteligencia, y el brillo de la obra prevaleció sobre
el sustento institucional de las autonomías. Obras lindas de relumbre que nos
impresionaron y nos confundieron. Si La Junta Cívica hubiese invertido en foros
y en una suerte de universidad especializada en el manejo de la cosa pública, y
en la formación de las ciencias autonómicas, para hacer de allí el nido de
nuestros sueños, otra historia estaríamos contando.
Fácil es decirlo ahora. Todos tenemos parte de la culpa. Pero sin mirar
hacia atrás y mientras este tsunami llamado Correa arrasa con nuestros sueños
ya sea por convicciones o por extravíos emocionales acumulados durante su recia
y quizás infeliz adolescencia, debemos levantar la cabeza, y juntarnos otra vez
ya no en Puerto Lucia, de donde ya fuimos expulsados, sino frente al rio Guayas
antes que nos lo quiten, a deliberar y dibujar las estrategias y empezar a
soňar de nuevo. Ojalá que la ya cansada vieja Junta Cívica que ha ofrecido
cambiar los estatutos en este mes de enero, haga un acto de contrición
perfecta, y encuentre la manera de renovarse enteramente, para en vez de
segregar, aglutine, en vez de disfrutar debajo de las sombras de enormes
alcaldes, empuje al nivel cívico raso y no encopetado. Es hora de cambiar los
adoquines por nuevas ideas y partiendo de cero, empezar de nuevo a reconstruir
lo más valioso que Guayaquil tiene: su derecho a sentirse orgullosa y distinta
del resto de un país estatizado y centralizado a 400 kilómetros de distancia y
a 2.800 metros de altura.
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