DECIBELIOS EN LA PLAYA
Publicado por Henry Raad en domingo, marzo 18, 2012
Este fin de semana fue desagradable gracias a la poca cultura cívica de unos vecinos que decidieron, como todos los años, celebrar un cumpleaños en la playa. Ubicaron su carpa al pie del edificio OLYMPUS contiguo al que yo habito, y ahí se instalaron a libar. El problema es que esta vez el volumen de su música sobrepasaba de largo el necesario para no perturbar. Ahora es fácil controlar la medición porque hay una aplicación del Ipad, y del Iphone, que mide la cantidad de decibeles que llegas a percibir. Mas de setenta decibeles no se debe permitir.
Claro es que hay que ser tolerante, y tolerante lo fui hasta que luego de cinco horas el volumen seguía subiendo al ritmo del licor. Decidí twittear al respecto cuando el reloj marcó las nueve de la noche. Quería medir el alcance y presión que se puede ejercer mediante las redes sociales para mover la voluntad de las personas y hacerlas razonar, o modificar su actitud. Por supuesto que lo comuniqué a la Policía Nacional, y finalmente llegó en uno de esos cuadrones de playa. Se bajó la música, y diez minutos después, todo volvió a ese estado natural que algunos requieren para disfrutar de lo que unos llaman llaman fiesta y otros gamberrismo.
Una pena que la Policía Nacional no se haga respetar, pero me da mucho más pena que la ciudadanía, que reclama su protección, tampoco la respete.
Para animar mi twitteo decidí tomar unas fotografías cercanas, y para eso bajé a la playa junto a una tijera dispuesto a cortar el cable que le suministraba energía desde el edificio. Realmente sabía que a eso no iba a llegar aunque me animaba obtener fotos divertidas y atrevidas. Como siempre en estas reuniones hay gente con variada actitud, dependiendo del estado de ebriedad o de su propia personalidad. Me manejé con tino y prudencia pero demostrando mi voluntad de imponer que el volumen llegue a los sesenta decibeles máximos, muy por debajo de los ciento veinte que venía registrando.
Por ahí un joven sensato me brindó un trago, y nos tomamos una foto que la elevé luego en el internet. Pero no falta el machito de siempre con camiseta apretadita mostrando los músculos y se presentó a lo Fabrizio como el dueño de la fiesta, y que “cualquier cosa era con él”. Azuzaba una mujer que supuse era su esposa, pero con una bella cara de pocos amigos. Ella argumentó que esa fiesta la hacía todos los años. !Derechos adquiridos! Excelente argumento a su particular parecer. Le auguro una fea vejez si su rostro marca tanta agresividad. Su actitud me hizo pensar en aquello del machismo y feminismo sobre el que tanto se debate por estas redes sociales. Ciertamente todavía hay una generación de mujeres que prefiere el machismo, lo cultiva, lo utiliza y se lleva bien con esa postura cómoda de protección que teóricamente otorga cuando no se revierte en contra de ella.
Las cosas parecían que se iban a caldear porque no soy de los que me dejo atemorizar por este sujeto unos treinta años menor a mí. Finalmente llegó el borracho bueno, un gordiflón, que se comprometió a controlar el volumen si yo me retiraba. Y así fue.
Hubo un intento de levantar el volumen una vez más, pero finalmente la fiesta se disipó. Sin volumen todo terminó. Siendo las 10h30 el sonido de las olas volvían a arrullar. Finalmente para eso es que uno va a la playa y se aleja de la ciudad. Lastimosamente la cultura que predomina todavía es altamente frívola, desconsiderada y altanera.
Como me habían cortado la inspiración para escribir mi post, he preferido consignar aquí esta ridícula anécdota que me sirve para convocar a los twitteros para que hagan respetar los derechos de una comunidad bien intencionada que no tiene a quien acudir en estos grandes detalles que hacen de la vida cotidiana algo agradable y ameno. Finalmente mi experimento funcionó aunque tuve que ser atrevido y audaz.
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